Restaurantes, Sant Martí

La Cantina.- Donde Cobi se alimenta

Chico&Rita en el comedorJavier Mariscal erigió en uno de los múltiples complejos industriales que el Sant Martí histórico legó a la ciudad moderna un vivero de empresas acorde. Entre estudios de diseño, arquitectura o fotografía, ahora Palo Alto se esconde con jardines y tranquilidad, convertido en una especie de cueva donde sus trabajadores encuentran el punto de tranquilidad vetado extra muros, un espacio de creación en el que alimentan cuerpo y mente. De lo primero se encarga La Cantina, la vuelta de tuerca de un comedor de empresa, una nave sin letrero entre vegetación y huertos donde, por doce euros, y solo en horario de mediodía, las bulliciosas mentes de los clientes encuentran comprensión.

Dirección: Palo Alto. Pellaires, 30-38
Precio medio: Menú mediodía por 12€.
Imprescindible: Paella valenciana un viernes; paella catalana al siguiente. Discutir ganador en los jardines de Palo Alto.
Horario: De 08.00 a 15.30 de lunes a viernes. 
Teléfono: 93 307 09 74
Web: Palo Alto

Según Cultibar

Los de ahí lo conocen, los de fuera preguntan. Es una sala grande, con capacidad para más de cien comensales, que se reparten como iguales entre una quincena de mesas para compartir. Sobre paredes de colores mansos pero divertidos, cuadros, lámparas y figuras conocidas, de Marcet y Fernando Salas, de sello Mariscal inconfundible. Y no es difícil verlo pasearse entre mesas, entrar en la cocina para ayudar con los últimos postres. Javier Mariscal, el alma mater, “nuestro padre”, bromean las de cocina mientras hablamos fuera, en el apartado, con mesa y horno para paellas exteriores de buen tiempo.

Antes, durante, el equipo de La Cantina, con la valenciana Ana a la cabeza, habían plasmado sobre plato un perfecto ejemplo de menú compensado. Siempre bajo epígrafes de salubridad, diversidad y bienestar, presentan diariamente una minuta sin fuera de carta compuesta por cuatro primeros y tres segundos en rotación, además de otras tantas referencias de postres caseros. Quiche de puerros, trinxat de acelgas, ensaladilla rusa, volavant, brandada de bacalao o diferentes tipos de pasta con tomate o albahaca. Son, en su mayoría, tapas, platos livianos ideales para seguir trabajando, con productos de huerto propio y auto gestionado en el mismo recinto. Pese a la consideración, y por petición popular, los platos de cuchara -garbanzos, potajes y estofados- han permanecido para outsiders y melancólicos.

Los viernes, paella excelenteContento sensitivamente, preguntas al personal por la paella. “Los viernes, el día del arroz”. Dedicado a los de jornada intensiva en el último laborable de la semana, La Cantina apuesta con tino, y con origen de chef, por muchas de las variantes que se consiguen tratando el arroz. Entre arroces secos, caldosos, al horno o con sepia, es la tradicional paella valenciana la especialidad de la casa, con conejo, judía verde, garrofón y romero. La Mar y montaña, no obstante, “la paella catalana -así la llaman-, cada vez tiene más aceptación”. Con guisantes, pasas, alcachofa y gambas, se está ganado sitio entre unos clientes con ganas de probar y de posicionarse en geografía gastronómica sin acritud.

La experincia Cultibar

Día de asueto. Libertad, casualidad, premeditación. Un laborable cualquiera a mediodía por el 22@ vislumbramos Palo Alto. No era tan difícil. Dentro, la ausencia de carteles nos invita a perdernos en su jardín urbano de palmeras, nenúfares y pequeños huertos. El paraíso no necesita grandes espacios. Finalmente, entre sueños y evocaciones espaciales, encontramos La Cantina tras una puerta cualquiera.

El sello de Mariscal está presente en el lugar. Pequeños y grandes detalles con punto de genio. Nos sentimos en el escenario de la Barcelona del ’92 y en el sueño cubano de Chico&Rita, pintura original incluida. Como uno más de los trabajan en tan singular cónclave, compartimos mesa en su cantina. Palo Alto es un lugar de sinergias y divergencias creativas, como representa su restaurante. Las mesas están pensadas para compartir conversaciones y sobremesas entre arbitrarios comensales con acentos de distintas latitudes. Una pequeña torre de Babel que no busca tocar el cielo pero que robó un pedazo del paraíso. Ya somos uno más.

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